lunes, 21 de diciembre de 2009

Sarkosy, en México

México es uno de los países con más tratados de libre comercio firmados con el mundo. Es el país más abierto en términos de intercambio mercantil, pero paradójicamente es el más centralizado en su comercio con un solo socio, en este caso Estados Unidos.
Ni siquiera antaño, en las primerias del siglo XX, cuando la economía del país era incipiente y gobernaba Porfirio Díaz; cuando las comunicaciones eran más estrechas por las distancias y la falta de modernidad incluso de las telecomunicaciones, México era tan dependiente de un solo socio comercial como ahora.
Fue precisamente Díaz, uno de los villanos favoritos de muchos analistas e historiadores que miden los hechos y acontecimiento de la historia con el sesgo de la miopía sin aquilatarlos en su justa dimensión, uno de los primeros gobernantes que vio en la diversificación de las relaciones diplomáticas y de las exportaciones del país como la única opción para dejar la dependencia exclusiva de los EU. Pero eso se acabó con el alzamiento revolucionario; sin dejar de lado que Francia contribuyó también, desde los afanes napoleónicos expansionistas, a que fuera mal vista entre los mexicanos.
No obstante, y pese a las intenciones de ampliar los mercados para los productos mexicanos, luego de la firma de un Tratado de Libre Comercio con EU y Canadá en los tiempos de Carlos Salinas de Gortari como presidente –-los principales y más cercanos socios--, en términos según se dijo en su momento de beneficio para las empresas nacionales; en los hechos el intercambio comercial sigue centralizado en el vecino del norte.
El problema que ahora brinca es, justamente, que la falta de diversificación tiene al país en la picota, toda vez que es ahora cuando la crisis que abate a ese país pone en riesgo un mayor contagio y desnuda la dependencia desde acá.
No han sido pocas las ocasiones en que se insiste la necesidad de exportar a otros países –-con o sin firma de acuerdo comercial alguno--, pero no pasa nada. En parte porque en los tiempos de la liberalización comercial se abrió muy repentinamente el mercado interno –-lo que tomó de sorpresa a muchos, si no es que la mayoría de empresas de todos los tamaños--, en parte porque la supuesta desregulación no acaba de cuajar y ha complicado desde siempre la tramitología característica de las dependencias de gobierno que bloquean la agilidad de los trámites pertinentes.
Ahora que la situación de crisis toca las puertas tanto de México como de EU, desde donde nos llega el coletazo de la profunda crisis que padece, se debería aprovechar la serie de acuerdos comerciales con otros países, a la vez que amarrar posibles intercambios con Francia, entre otros países europeos.
Al menos esas parecen ser las intenciones del actual presidente de Francia, Nicolás Sarkosy hoy de visita en México, quien llega con una importante comitiva de empresarios de su país dispuestos a hacer negocios con sus afines del comercio.
El ánimo de muchos mexicanos está presente con la presencia del francés, al grado no sólo de ser bien atendido por el presidente mexicano, Felipe Calderón, sino que será recibido en el Senado en sesión solemne.
Sólo un asunto no se debe perder de vista: Francia, como muchos países de Europa, y desde luego del mundo, anda buscando también colocar sus inversiones en países como el nuestro de Latinoamérica, porque sabe que a España le ha ido muy bien con sus negocios acá. No sólo han florecido muchas empresas españolas que tienen inversiones en varios países, también los bancos se están llevando enormes ganancias para la metrópoli.
Y Francia sabe que también puede llegar a invertir y sacar correa de sus propios cueros. Por eso está aquí Sarkosy.

9/marzo/2009.

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