“El recuerdo queda, pero la memoria calla”.
Hoy hace 24 años, el recuerdo y la memoria. El sismo de 8.1 grados en la escala Richter, ocurrido a las 7:19 am sacudió las entrañas de la gran Ciudad de México, la más afectada (porque también hubo daños en Michoacán, epicentro, Guerrero, Colima y Jalisco). Derribó casas y edificios. Pero lo que más dolió: sepultó a miles de personas. Los cálculos conservadores hablaron, tiempo después, de entre 35 y 40 mil almas que perdieron la vida. La autoridad se quedó pasmada, y ni siquiera tuvo el valor de registrar el dato. Y si lo tuvo no lo dio a conocer, a sabiendas que ese era el tamaño de su ineptitud. Un fenómeno natural que delató la ineficacia gubernamental. La réplica del día siguiente, de 7.9 grados Richter, a las 7:38 pm complicó el problema.
Fue al gobierno de Miguel de la Madrid Hurtado, presidente, al que le quedó grande la “silla”; a quien le tocó esconder la cabeza; practicó la política del avestruz, seguido del entonces regente de la ciudad Ramón Aguirre Velázquez. De la Madrid tardó tres días en dirigirse a la nación, y se retrasó otros tantos en emprender acciones de emergencia ante la tragedia.
Un avión de caritas, con ayuda internacional no le permitía el aterrizaje en el AICM, si no ha sido por la intervención de su señora esposa, Paloma Cordero de De la Madrid.
Fue tan vista la pequeñez presidencial como la “renovación moral”, que se quedó en veremos. Al contrario, fue durante ese sexenio que creció la infiltración del narcotráfico en las altas esferas del poder. La muerte de Manuel Buendía fue por claras sospechas de narcotráfico; porque desentrañó posibles implicaciones del gobierno con las mafias.
Ante el tamaño del desastre y la falta de respuesta del gobierno, la sociedad civil volcó a las calles, allanadas por la tragedia para organizar las labores de rescate. De entre los escombros surgió el valor de los individuos. Casa por casa, alguno de los integrantes de familia sacó un pico y una pala; unos guantes y un paliacate, lámparas sordas, medicinas y alimentos enlatados, cobijas, y demás enseres de uso inmediato. Mucha gente puso sus manos para la ayuda de las víctimas. Al menos unas cuatro mil personas fueron arrancadas a los escombros. Todo por la solidaridad de la sociedad civil.
El impacto en el mundo no fue menor: “Desparece México” por un terremoto, cabeceó algún medio internacional (The New York Times). Igual otros cabezales de diarios, de los más alarmistas, en diversas ciudades de otros continentes. Miguel de la Madrid rechazó de inmediato cualquier muestra de ayuda, bajo el argumento que su gobierno tenía todo bajo control.
Luego reculó, cuando le midió a la reacción ciudadana. Comenzó a recibir los enseres procedentes de varias naciones que la ofrecieron. Pero el mayor de los cinismos: mucha de la misma ayuda se perdió en las manos de quienes la recibieron, principalmente los propios empleados del gobierno federal. Nada de esa ayuda le fue entregada a la Cruz Roja. Desaparecieron víveres, ropa, equipos de auxilio, material de primeros auxilios, casas de campaña con capacidad para 50 personas, equipos de sobrevivencia, potabilizadores de agua potable, etcétera.
Es decir, que la ineptitud de la reacción del gobierno llegó a tanto, que meses después muchas de las personas que vieron afectadas sus viviendas vivieron meses y hasta años en las calles, avenidas y camellones, en casas improvisadas. Además de los edificios dañados, como el de Juárez y Nuevo León en Tlatelolco, el hospital Juárez, el hotel Regis, las fábricas de San Antonio Abad (donde murieron las muchas costureras), el hospital General y el Centro Médico, las estructuras destruidas fueron de cerca da 30 mil, y con daños parciales alcanzaron unas 68 mil. Sin mencionar los daños al cableado eléctrico de la ciudad y al sistema de Transporte Colectivo, Metro, con daño en 36 estaciones.
Recuperar la ciudad no fue lucha posterior de meses sino de varios años después. Nada más en materia de vivienda, mucha gente se vio obligada a organizarse en asociaciones civiles con ese fin. El de obtener una vivienda digna porque el gobierno de Miguel de la Madrid desoyó sus necesidades. Lo mismo ocurrió con los gobiernos posteriores, el de Carlos Salinas y el de Ernesto Zedillo.
Con la experiencia de la acción solidaria de la sociedad, surgieron las organizaciones demandantes de vivienda agrupadas en el Movimiento Urbano Popular (MUP). Durante décadas, las asociaciones civiles se encargaron de gestionar —le hicieron el trabajo al gobierno—, y en cierta medida lo siguen haciendo. No obstante que muchas de ellas ya se “oficializaron”; o trabajan en coordinación con el gobierno, como APs o en apoyo a partidos políticos, dada la filiación de las personas demandantes de casas. Muchas de esas organizaciones han dado el sustento y la fuerza política a personajes de la “izquierda” y a partidos como el PT y el PRD. Es decir, se han apropiado de la organización social politizando los frutos de una necesidad elemental de vivienda. Una de las herencias de los sismos del 85. Hoy hace 24 años.
18/septiembre/2009.
jueves, 24 de diciembre de 2009
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