“El que mira un reloj de arena, ve
la disolución de un imperio”: J.L. Borges.
No es sencillo zafarse de los controles, de las presiones ni de los poderes del imperio que sujetan al aparato del Estado y a las demás instancias del poder; sea el Ejecutivo sea al resto de la estructura gubernamental. Más tratándose del país más desarrollado del mundo capitalista, los Estados Unidos.
Tampoco es fácil desligarse de las mafias que controlan, en más o en menos, a los poderes establecidos y los poderes fácticos. Siendo el país de unos pocos ricos, pero de entre los más ricos del planeta, los EU tienen tanto al interior como al exterior tamaños intereses, más que amigos o vecinos.
Porque como en todos los países del mundo, los presidentes en turno sirven a intereses preestablecidos y/o a aquellos grupos de poder que los sostienen; primero durante las campañas, luego como presidentes. Lo contrario no funciona, como le ocurrió a John F. Kennedy, por el ángulo que se le mire. Tratar de encaminarse por la “libre”, ni como presidente ni como político resulta viable; mejor dicho, funcional al sistema.
Es sabido que en EU, la alternancia entre los partidos republicano y demócrata es política de parapeto. Es engañosa para los estadounidenses que suponen tener cambios de fondo en las políticas públicas. La realidad es que, en el fondo, nada cambia; o cambia para seguir igual, o peor. Lo mismo ocurre con el mundo. Las políticas hacia el afuera no son de “amigos”, sea con los republicanos o con los demócratas.
Es verdad que cada presidente se fija políticas internas como prioridad, pero no responden al interés extranjero sino de su propia dinámica; está sujeto siempre al control de sus propios intereses, o de los grupos de poder.
Los ejemplos sobran. Pero por citar alguno, a México no le va mejor con un presiente republicano que con un demócrata, o viceversa. Y a Latinoamérica tampoco. Sólo cuestión de miras. Con Cuba, por ejemplo, no han cambiado las políticas de exclusión, del bloqueo histórico, con los unos que con los otros. Son los intereses de los corporativos, de las trasnacionales, de los emporios que operan desde adentro y acaso con sucursales en cada uno de los países en cuestión, nada más. El coraje de los estadounidenses con Cuba es que no han podido destrabar el régimen castrista desde que asumió el poder y derribó a Fulgencio Batista en enero del 59. El problema para la política exterior de los EU, es que no ha podido someter a Fidel Castro ni siquiera cuando la crisis de los misiles de 1962, mucho menos con los 640 atentados orquestados por la CIA para destruirlo. Tampoco con estrategas en política internacional del calibre de Henry A. Kissinger.
Pero no sólo en AL, porque lo mismo ha ocurrido en otras partes del mundo. La derrota de las tropas de EU en Vietnam no fue menor; con todo y que la humillación le dio a la industria hollywoodense hartos temas para sus películas de guerra estilo Rambo de Harvey Weinstein con Stallone, o Pelotón de Oliver Stone, con Tom Berenger.
Recién asumió George W. Bush el poder (2001-2009), sucedió el curioso fenómeno del ataque a las Torres Gemelas de nueva York, el 11 de septiembre de 2001, donde murieron inocentes. Ese fue el pretexto para inventarse la “guerra contra el terrorismo” y ubicar a los peores terroristas encabezados por el antiguo socio de la familia Bush, Osama Bin Laden, de la organización Al-Qaeda.
La guerra fue dirigida contra Afganistán, donde están —antes y después de la invasión, con la presencia del ejército— los mayores plantíos de amapola. Y en Irak, el objetivo era y sigue siendo el control también de uno de los mayores yacimientos de petróleo y gas, el principal energético de la industria militar—industrial de los EU, desde la década de los 60 del siglo XX a la fecha.
Entre las petroleras que ganaron con esa guerra contra el terrorismo—que metió al mundo en una sicosis generalizada—, están las trasnacionales texanas. De la familia Bush. Y no sólo EU arrasó con armamento pesado a aquellos pueblos, se posicionó para sostener el control económico y político colocando títeres en los gobiernos. Sujetos aptos para defender intereses ajenos a sus países y propios del imperio avasallador.
Con el cambio de estafeta, donde el partido republicano perdió el gobierno y lo ganó el amable de Obama como candidato del demócrata, el nuevo presidente pronto se topó con los intereses del imperio difíciles de eludir. Mientras fue candidato criticó la presencia de EU en Irak y Afganistán. Durante el primer debate con McCain (del 26/IX/2008), donde se abordaron los temas de la crisis financiera, la política tributaria y la guerra en Irak, Obama criticó el apoyo a Bush, quien había invertido 10 millones de dólares en esa guerra. Un “gasto inmenso”.
Y no obstante se habló mucho después, ya siendo presidente, de la oportunidad de cambiar las políticas hacia esa región en el tema de la guerra, en febrero admitió el envío de 17 mil soldados más para Afganistán. El pretexto, el mismo de Bush: “atacar a los talibanes y sus redes terroristas”. Porque, habría dicho Obama recientemente, “la insurgencia no surgió de la noche a la mañana, ni se acabará de la noche a la mañana”. Y remató: “Esta guerra no es una guerra que nosotros eligiéramos. (Pero) es una guerra necesaria”. Necesidades del imperio. Intereses en pie. De ayer. De hoy.
31/agosto/2009.
jueves, 24 de diciembre de 2009
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