No hay sociedades más viles que aquellas que amenazan a sus niños. La inocencia, obligada a trabajar, es apenas una de esas actitudes de los adultos que violan sus derechos humanos como menores que son. Hay otras violaciones peores, ciertamente, como las referentes al abuso infantil para actividades de pornografía, explotación sexual, etcétera. U otras más que son propias de los adultos y que obligan a los niños desde el interior de los hogares que conllevan riesgos, como maniobrar con instrumentos de riesgo, cargar cosas pesadas, no recibir los cuidados suficientes, etc. Actividades, estas últimas dentro de los hogares que no son, precisamente, parte de la educación infantil sino de endilgarles responsabilidades ajenas —las niñas menores que cuidan a sus hermanitos bebés, por ejemplo.
Si bien en estos tiempos, el trabajo de los infantes en sociedades como las latinoamericanas, es una contribución extra a los ingresos de los padres (ambos porque las mujeres están también en el trabajo para el sustento familiar), porque a ellos no les alcanzan los míseros salarios para subsistir —el poder adquisitivo salarial está por los suelos—, no hay leyes que protejan a los niños obligando u apoyando a los padres a que los pequeños sean encaminados a la educación, al esparcimiento y la recreación, a los juegos dignos de su edad.
Pero son amenazas de las sociedades capitalistas, donde los patrones han sido siempre extractores de fuerza humana de trabajo de hombres y mujeres, y donde el trabajo infantil aparece desde los años del surgimiento de este sistema vil de explotación. Por lo tanto, a nadie espanta que la Organización Internacional del Trabajo (OIT), diga que ahora, con motivo del Día Mundial contra el Trabajo Infantil recordado el día de ayer, que en el mundo laboral hay 200 millones de menores desempeñando actividades de adultos.
Y que en México, según datos no tan recientes porque no se actualizan con la celeridad debida por el propio INEGI, existen al menos 3.3 millones de niños laborando y sin derecho alguno. Además, según diagnóstico de diputados, no hay campañas de vigilancia contra el abuso y la explotación laboral infantil, mucho menos políticas públicas que garanticen los derechos infantiles.
Lo que es peor, según el reporte del INEGI más reciente, un 25.5 por ciento de los niños que trabajan no estudian, y en 2002, había 3.3 millones de niños entre 6 y 14 años trabajando. También, que los estados con mayor incidencia laboral infantil son Chiapas, Campeche, Puebla, Veracruz, donde la tasa de trabajo infantil es de entre el 29 y el 22.4 por ciento de la población entre los 6 y 14 años. Mientras que en Chihuahua, Nuevo León, DF, Baja California, Coahuila, las tasas son de entre 8.3 y 6.7 porcentual.
Pero eso no es todo, puesto que los niños migrantes de sus comunidades, siguiendo tantas veces el destino de los padres, por supuesto, alcanza la cifra de los 300 mil. No pocas veces en busca de los ingresos que carecen en sus poblaciones de origen.
Por eso, y porque el 12 se recordó el día contra la explotación infantil, la OIT sugiere que los gobiernos, la sociedad civil, las escuelas, grupos de jóvenes y mujeres participen para prevenir y hasta erradicar este ejercicio atentatorio de la integridad infantil. Pero sobre todo a los gobiernos que contribuyan al otorgamiento de mejoras salariales a los trabajadores.
Aparte que instituciones directamente relacionadas con la atención infantil hagan su trabajo de protección de la niñez que es el presente y futuro que estamos creando.
Pero el trabajo infantil ha estado relacionado con las sociedades hambrientas de explotación de mano de obra. No solo de hombres musculosos y ágiles, también de mujeres para trabajos delicados y de niños para manualidades ligeras. Acotar los sueldos cada vez, que va de la mano del aumento de la tasa de ganancia del capitalista explotador.
Por eso, ya el analista y repudiado Carlos Marx, que fue el primero en sistematizar en la crítica de la economía política al capital, recogía argumentos como el siguiente, en su obra El Capital tomo primero: “En 1883 (los dueños de fábricas ingreses, argumentaban) vociferando amenazadoramente que si se les arrebataba la libertad de hacer trabajar a los niños de cualquier edad durante 10 horas diarias, cerrarían sus fábricas”. Sigue la cita: Alegaban que les era imposible adquirir la cantidad suficiente de niños mayores de 13 años. Gracias a esto, arrancaron el ansiado privilegio”. Así que el problema no es de ahora. Pero alguien tiene que poder remedio.
12/junio/2009.
miércoles, 23 de diciembre de 2009
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