Llegaron los cierres. De las campañas, claro. Hoy es el último día de proselitismo de los candidatos. Ya están casi perfilados los ganadores, y los perdedores. Los mítines de cierre han sido ya. Unos desde el fin de semana, otros aprovechan hasta el último día, que es hoy.
Los golpes bajos ocurrieron tanto arriba como abajo; en el campo de batalla o en el internet. Entre los contrincantes de diferentes partidos. Todos se han dedicado más a descalificar que a proponer. No importan los ciudadanos que irán a votar el domingo. Interesa más el descrédito del contrario. Como si las preocupaciones de los ciudadanos fueran lo que se dicen unos a otros. Cuando lo que importa es que las demandas sean atendidas.
Por ejemplo (¡vaya ejemplo!), la inseguridad que pulula en todo el territorio nacional es desgastante; peligrosa porque lleva el signo de la muerte. Más la que siembra en el país el crimen organizado. Todavía la seguridad es la principal demanda de los mexicanos. Qué más quisiera el ciudadano común que no ocuparse ni preocuparse por ella, pero es un lastre nacional. Las bandas organizadas se encargan de hacerla presente. No se diga aquellas dedicadas al narcotráfico.
Todos siembran inseguridad y el miedo entre la población. Pero la cosa no queda ahí. El problema es que la inseguridad provocada por las bandas de criminales se expande por varias razones a grado tal que pareciera imposible desterrarla. Las principales causas son que los negocios ilícitos manejan millones de dólares, porque las drogas se cotizan en el billete verde del mercado de consumo más grande de mundo, el vecino del norte, los Estados Unidos.
El otro problema es que el crimen organizado mueve incontables intereses y arremete con dinero al interés de las gentes de la vida fácil. Comenzando por aquellos funcionarios públicos que se dejan corromper o se venden. Es decir, que el negocio ilícito penetra el aparato gubernamental por muchos medios.
La proliferación es tal ahora al grado de amenazar la estabilidad y la gobernabilidad. Muchos gobiernos han sido penetrados, infiltrados o coludidos en los negocios ilícitos por las cantidades de dinero que mueven. Ese es un motor importante de la inseguridad, y la razón de que prolifere el delito en muchos casos. El crimen es el clímax del asunto.
El otro gran problema es que en la conducción de este país, los gobiernos no tienen propuestas para generar empleos. La conducción de la economía no da para eso. Todo se queda en promesas. El caso no es sólo que no hay políticas de empleo. El problema de fondo es que no hay modelo de desarrollo. Lo que tenemos es heredado por los gobiernos de los últimos cinco sexenios. Desde entonces no hay planes de desarrollo posibles porque la economía mexicana pende de varios hilos, y todos tienen su carrete en el exterior.
Los lineamientos de la economía y su conducción, casi, no se fija desde las oficinas de los Pinos, o desde el Palacio Nacional. Tampoco se da desde las dependencias de la economía o de la hacienda pública. Eso tiene origen en las políticas que se instrumentan desde afuera. Allá en el Departamento del Tesoro de EU, en las oficinas de la Casa Blanca, en el Banco Mundial, en el Fondo Monetario Internacional. Y, por qué no, hasta en las oficinas del Pentágono.
Es en esos lugares donde se planifica la seguridad nacional del vecino del norte. Desde allá se delinea lo que se habrá de aplicar en países como México, para bien de sus intereses nacionales. Cierto que no somos los únicos. Pero también que no todos tienen la soga al cuello como nosotros. Y hasta ahora ningún presidente hace algo por revertir eso. Muchos intereses, muchas presiones. Presidentes van, presidentes vienen. Prometen cambiar las cosas, pero cuando llegan al poder no pueden, o no se atreven a desafiar a los centros de poder en EU.
Pero las decisiones no le competen sólo al Presidente. Les compete también a los ciudadanos. Para eso sirven, o deberían de servir las elecciones, para alcanzar soluciones. No promesas. El caso es que el ciudadano tiene el poder en su mano con el voto. Por eso ahora les ha calado tanto a los partidos que los ciudadanos se pronuncien por no emitir su voto, o dejarlo en blanco. Porque los deslegitima.
Pero, desde luego, no basta con ir a votar. Los ciudadanos deben luchar organizadamente por obtener mecanismos como la rendición de cuentas de los funcionarios públicos y todo aquél que resulte electo para ejercer un cargo de representación. La revocación del mandato si falla en el cumplimiento, por ejemplo. Pero, algo todavía más importante: el ciudadano debe proponer y exigir ser representado por candidatos que representen los intereses ciudadanos, no de los partidos o de los grupos de poder.
En fin. Hay muchas cosas por hacer, para hacer más eficiente el voto. El compromiso como precepto, con rendición de cuentas. Las campañas no mostraron nada de esto; pura guerra sucia. Están en pañales. En tanto los ciudadanos crecen.
29/junio/2009.
miércoles, 23 de diciembre de 2009
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