Desde que el entonces Presidente (1920-1924) de México, Álvaro Obregón, puso de moda que no había quien aguantara los famosos cañonazos de 50 mil pesos a la fecha, han pasado muchas cosas. El sistema se ha imbricado en corruptelas, contubernios, abusos del poder, asociación delictuosa, nepotismo, crímenes políticos, a riesgo de su propio derrumbe.
Pero además, para todo aquél que aspirara a salir de pobre, sólo lo lograría con la gran cobija del Estado encima, alcanzando algún “hueso” en el gobierno. Como dijo El Tlacuache, César Garizurieta —al menos la frase convertida en máxima que se le atribuye a él—: “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”. Consigna de muchos políticos que han sabido que exprimir el presupuesto público a cambio de la prestación de un “servicio”, es el mejor medio para vivir bien. Sin importar la vida ni el destino de los demás, del pueblo y de la sociedad.
¿Cuántos políticos no se han enriquecido bajo ese principio? ¿Cuántos no han disfrutado de riquezas al amparo del poder, comenzando por los expresidentes? ¿Cuántos políticos de poca monta, desde la cabeza para abajo no han acumulado inexplicables riquezas? ¿Cuántos de los involucrados con el poder no han sacado madeja a su favor? ¿Cuántos de los empresarios, “hombres de negocios”, no han acumulado sus dineros por su cercanía con el poder?
Principalmente desde los tiempos de la Jauja petrolera con José López Portillo para acá. Antes también, pero los hombres de negocio tenían un ámbito de acción menor (dentro del gobierno, claro; no en el ámbito de la economía), como la riqueza que acumuló Miguel Alemán Valdés como constructor y modernizador del México posrevolucionario, y comprando terrenos y vendiendo casas.
No se diga ya en los recientes años del “modernizador de México”, como quiere que se le recuerde a Carlos Salinas de Gortari, cuando desbarató la estructura estatal para poner a subasta las empresas gubernamentales y ofertarlas a muy bajos precios al club de amigos-socios-empresarios de la familia Salinas.
Pero los casos más sonados y escandalosos, tienen que ver con el negocio ilícito del narcotráfico y el crimen organizado, tanto por las grandes cantidades de dinero que se manejan como los elevados índices de criminalidad.
Así, ya desde el sexenio de Miguel de la Madrid Hurtado, los años de la detención del capo Rafael Caro Quintero, alias el R-1, a quien se detuvo cuando ya era imposible contener todas las implicaciones de su actividad delictiva con las altas esferas del poder, se dio a conocer su propuesta de que se le permitiera pagar la deuda externa del país a cambio de seguir traficando con la cannabis.
Desde entonces, hasta la subida de El Chapo Guzmán a la lista de Forbes, como uno de los hombres más ricos del mundo, han pasado escándalos como el de los Salinas. Raúl fue juzgado por delitos, como el asesinato del excuñado José Francisco Ruiz Massieu, pero también por enriquecimiento inexplicable. El señalamiento reciente de De la Madrid, de sus nexos con los narcos tiene razón de ser. Ni se diga la rara fuga y libertad de que disfruta Joaquín Loera, protegido del sistema, especialmente del expresidente Vicente Fox, como se sabe desde los corrillos de la PGR.
En general, el sistema político mexicano se ha corroído por los políticos que viven de él y de la mano de los delitos de “cuello blanco” también, a tal grado que está en peligro de descomposición. Son tantas las redes delictivas imbricadas en el sistema, que aquellos delitos iniciales de nepotismo y corrupción suenan a cosa de pasado. Como los cañonazos de 50 mil pesos se oyen de risa.
¿A quién le importan los gobernados ahora? Sólo para el voto. Para la legitimidad electoral que siempre requieren. De entrada, para las elecciones próximas inmediatas ya hay un ambiente enrarecido. Seguirá la guerra sucia, como hasta ahora. Pero continuarán los síntomas de descomposición del sistema.
31/mayo/2009.
miércoles, 23 de diciembre de 2009
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