Desde la trinchera blindada en que el Estado Mayor Presidencial convirtió ayer el Palacio Nacional y los alrededores en el Zócalo, el Presidente Felipe Calderón Hinojosa dirigió un mensaje a la Nación por la radio y la televisión, con motivo de la presentación en tiempo y forma el día anterior, de su III Informe de Gobierno.
Mientras que al interior estuvieron presentes los invitados especiales, ordenadamente enfilados en el marco del patio principal de Palacio, afuera no hubo ni pizca de posibilidad de acercarse a los escenarios donde transcurrió el Informe. Las vallas rodearon el Zócalo para evitar cualquier tipo de manifestación opositora al discurso que al interior se expresó, sin más voz que la del propio Calderón. Con todo y que se trata de un informe a la nación y es del interés absolutamente público.
Las breves pero marcadas interrupciones, con aplausos durante el discurso, recordaron los actos protocolarios en el Día del Presidente que antes transcurría en el recinto del Congreso de la Unión, durante cada Informe presidencial en aquellas épocas gloriosas del septuagenario reinado priista.
Entre los asistentes se contó con los altos mandos militares, magistrados, algunos empresarios, el gabinete en pleno, los gobernadores (por cierto que no llegó Leonel Godoy) de los estados, algunos legisladores —que no todos, sobre todo de oposición— los presidentes municipales, líderes sindicales y periodistas.
Frente a un escenario propicio para decir lo que quiera, el Presidente refirió muchos de los temas de importancia nacional, pero en ningún momento hizo un balance, como tampoco trató —al menos en el discurso— lo referente al estado que guarda la administración pública de la nación. Con una selección de temas, sin un diagnóstico objetivo y un tratamiento parcial, el presidente Calderón pintó un país de gran colorido. Muchos esfuerzos, todos los planes, pero pocos resultados. Incluso el reto de la reforma política que lanzó al final, sonó más a gancho para ensartar ingenuos, una medida distractora, porque para cualquier presidente a la altura de un tercer Informe ya no hay condiciones mínimas para negociar una reforma de tal magnitud.
Todavía en el Segundo Informe tenía oportunidades, pero a esta alturas ya no. Mucho menos cuando el propio Presidente carece de los operadores y los interlocutores aptos para ello. Cierto que una reforma política cuaja con voluntad política, pero ahora eso no basta. El presidente no tiene la mayoría para avalar propuestas en esta Legislatura, más bien estaría buscando pretextos para culpar a alguien de una reforma fallida.
En el tema de la inseguridad dejó entrever la posibilidad de que las Fuerzas Armadas —una oportunidad de oro que no podía dejar escapar— regresen a sus cuarteles bajo el compromiso de capacitar mejor a la policía federal. Pero olvidó plantear la terrible falta de coordinación entre todas las policías, no sólo las federales cuanto las estatales y municipales. También elude la falta de planeación en la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado, que desde un principio desoyó y bien se le ha cuestionado. No puso en tela de juicio su decisión que ha implicado el riesgo y el descrédito de utilizar al Ejército para esa guerra declarada contra la delincuencia.
No arguye razones suficientes, sólo buenas intenciones. Dice Calderón que no es la guerra por la guerra. Combatir la delincuencia es con miras a brindar seguridad a la población. El problema es que ni con el Ejército en las calles se logra tal objetivo. La inseguridad se propaga y cada vez más complicado alcanzar la tranquilidad para las personas de a pie.
Y no tanto lo referido al crimen organizado y al narcotráfico, porque también se han propagado los delitos del orden común porque no hay empleos y muchos jóvenes son orillados a delinquir por falta de oportunidades.
Por lo que respecta a la parte económica, cuyo balance abordamos ayer en este espacio, no hay avances que informar. Lo dicho: los precios altos del barril de petróleo no iban a ser permanentes. Hay pretextos por la crisis y su profundidad para avanzar en algún otro renglón. La falta de previsión sobre el impacto de la crisis externa es un error de la política económica, de la política monetaria y de la política fiscal. Tan solo por eso, los titulares de Hacienda, Agustín Carstens Carstens; de Economía, Gerardo Ruiz Mateos, y del Banco de México, Guillermo Ortiz Martínez, deberían estar en la calle. Por cierto que algunos cambios esperados en el gabinete desde hace unos días ocurrirán de un momento a otro. De estos y otros funcionarios.
Así, ante la falta de resultados, lo único que le quedó ayer al Presidente Calderón fueron los pretextos de no resolver asuntos porque son añejos. Los retos son cuantiosos, pero las acciones malas. Las promesas se quedaron en el aire. Ni siquiera en el ambiente de las posibilidades, porque están truncas desde que inició el sexenio, que a su vez arrastra los que heredó Vicente Fox. Sin pena ni gloria para la gente. Así pasó el Informe. Eso sí, con muchos aplausos.
2/septiembre/2009.
jueves, 24 de diciembre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario