No hay proyecto de país en México. El actual Presidente de la República, Felipe Calderón Hinojosa, no lo tiene. Y por lo tanto, no está claro el rumbo. Hacia dónde se conduce al país, no se sabe. O más bien sí, pero no hacia la recuperación o el crecimiento, la estabilidad o la democracia plena. Porque el presidencialismo trasnochado sigue en pie. No hay propuesta para resolver los problemas más ingentes, como el de la inseguridad, el empleo y tantos más. La estabilidad social está amenazada, hay crisis de descomposición en este terreno.
La propuesta económica no está clara. Y por lo tanto, la direccionalidad en el terreno de la política tampoco. Bueno, por ejemplo, el tema de la Reforma del Estado quedó en el papel. Ya ni se menciona. Tanto se discute desde el sexenio de Carlos Salinas para acá, que está más que claro el diagnóstico de los problemas y las posibles soluciones también. Pero ni el propio Salinas, Ernesto Zedillo y mucho menos Vicente Fox. El actual Calderón no sabe qué, ni por dónde. No tiene compromiso, o no le interesa.
En la base está el posible acuerdo que sostendría todo el entramado, pero que no se busca por ningún lado. No se propone como se debe: desde alguno de los poderes. Esa suerte de concilio de los políticos. Especie de Pacto de la Moncloa, como el que sacó a España del atolladero y el atraso al que lo llevó la dictadura de Francisco Franco. Pero con el consenso de todos los actores políticos, de los líderes de todos los sectores; de los poderes desde el titular del Ejecutivo para abajo.
A lo más, se arguye, a México le hacen falta las reformas estructurales pendientes. Pero por reformas estructurales se entienden las reformas neoliberales; las de la privatización de empresas. Del achicamiento del Estado.
Y entre los pendientes están la llamada reforma laboral, la reforma política de fondo y la reforma energética (porque no es únicamente la que se presentó recién para Pemex).
Pero ni se mencionan otras como la reforma al sistema de seguridad social, o al sistema de procuración de la justicia. Si con el PRI no se logró un avance durante los últimos dos sexenios —de Salinas y Zedillo—, mucho menos cuando llegó el Partido Acción Nacional. Pareciera que el PAN llegó a apropiarse de todo lo que no pudo antes, en tanto fungió como oposición. El caso de Vicente Fox y Marta Sahagún que se llevaron todo lo que pudieron. Al menos no se aclara todavía a dónde fue a parar el fondo petrolero, porque lo hubo durante la Jauja de precios elevados en el mercado energético.
A Felipe Calderón no le hace ni cosquillas todo el desastre que está causando en el país con su guerra contra el crimen. El ambiente de desgobierno pulula en el país desde que asumió el poder. Para comenzar ejerce un presidencialismo en desarticulación. Ni es el presidente de hace poco más de una década, pero ni es el presidencialismo con nueva cara. Más que reacomodarse o redefinirse, lo ha desvirtuado. El poder se ha desgranado de algún modo.
Y en eso de la política no existen los huecos porque tan pronto aparecen son cubiertos por otros actores. Y lo que el presidencialismo desde Fox a Calderón ha perdido, lo han ganado otros actores, como sucede con el Poder Legislativo, los gobernadores y los poderes fácticos (piénsese en algunos sindicatos, etc.)
Lo más grave sería que una parte del poder se haya filtrado hacia afuera. Que una franja de la toma de decisiones se haya vuelto hacia los poderes del crimen organizado o del narcotráfico. Porque hay lugares, como la narcolista que se dio a conocer ayer en Nuevo León, donde funcionarios de muchos “vuelos” han estado en las nóminas de los narcotraficantes.
En fin, que el reto de todos los actores políticos no es menor. Para salir de la crisis sistémica, es urgente replantearse, pues, el modelo de país. En todos los terrenos: en económico, el político, el de justicia, el de salud, el de seguridad social, el de cultura, el educativo, etcétera.
Le corresponde tomar la decisión al presidente en turno. Pero no lo asume. Al menos en tanto se vive un presidencialismo trasnochado. O al poder legislativo, pero con los consensos máximos. Si no no se avanza. Mucho menos si se excluyen actores importantes como a la propia sociedad organizada. El cambio de rumbo no vendrá de afuera. No hay dialéctica que se desarrolla con factores externos. Ni en un organismo cualquiera, como lo definió Hegel, ni en una sociedad cualquiera.
Es tarea de los actores. Hasta de los medios, el rescatar al país de la descomposición. De lo contrario se nos saldrá de las manos, y entonces sí habrá argumentos para hablar de un Estado fallido en todo el sentido de la palabra. De todos depende que eso no suceda. Incluso a pesar del Presidente en turno. Construir a México es tarea de todos. Un llamado para el Congreso de la Unión a no perderse en minucias o en intereses de partido. Esa división ha contribuido al desorden. Divide y vencerás es un eslogan útil al poder que quiere cambiar para que todo siga igual. El caso es que Calderón no da color y el país va de mal en peor.
24/septiembre/2009.
jueves, 24 de diciembre de 2009
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