Existe una infinidad de productos para todos los usos y consumos que circulan en los contenedores de barcos, trenes y tráileres en el mercado mundial, por la vía de la ilegalidad; es decir, sin cumplir con todos los requisitos formales en su proceso de fabricación y trámite para su venta: permisos, registros (que incluye el de patentes), condiciones laborales, pago de impuestos, insumos y consumibles, etcétera, que conforman lo que se conoce como mercado negro.
Muchos productos del sureste asiático, especialmente chinos y coreanos, han invadido los mercados del mundo —Latinoamérica, Asia, Europa, etcétera— desde por lo menos las últimas dos décadas. Productos que son ofertados en el mercado como novedad, y bajo el argumento de cumplir con las normas de calidad en su elaboración, salen a competir con el producto del fabricante legalmente establecido.
No obstante, la diferencia de precios le da una ventaja relativa al producto ilegal, desde el momento en que incumple con los requisitos y condiciones mínimas durante su elaboración. Problema es que, al final de cuentas aquellos productos hechizos impactan, o bien el bolsillo del consumidor, o bien afectan la salud de las personas, como es el caso de los medicamentos que son fabricados sin las fórmulas convenidas para su elaboración.
De los chinos y coreanos proceden los artículos de mala calidad que impactan los mercados, y lo hacen al cobijo del Estado que les brinda todo tipo de subsidios, de tal modo que, con el fin de derrotar al fabricante original o del país-destino, generan políticas de apoyo a las empresas. Practican la guerra de productos, particularmente en aquellos países como México, que se han abierto a la libre competencia sin las menores medidas de control y protección al fabricante local.
Es así que, con la competencia desleal se genera el mercado negro de productos para, de ese modo, derrotar al competidor y ampliar la influencia y la participación en los mercados locales.
Las políticas del subsidio a las empresas con la finalidad de derrotar a los competidores, resultan a la larga beneficiosas porque los precios se convierten en el mejor aliciente para el consumidor, no obstante la utilidad del producto final devenga un fiasco. En un pésimo gasto y una muy mala inversión para el adquirente.
Hay países productores y países consumidores, como ocurre con aquellos que están a la ofensiva en la elaboración de aquellos artículos que la fuerza de la publicidad convierte en necesarios sin serlo. El asunto es sencillo: todo lo que se deriva de la tecnología tiene por origen a los países desarrollados. Son los que hacen los grandes negocios exportando a los mal llamados subdesarrollados.
Pero hay una parte de ese mercado que impacta particularmente a las personas. El de los medicamentos que se producen en los grandes laboratorios de las multinacionales, o en otros de manera ilegal y que afectan al consumidor final. Pero resulta grave porque atenta directamente contra la salud de las personas.
Jugoso negocio, por ejemplo, en México deja ganancias por 35 mil millones de dólares anuales el mercado negro de medicamentos. Producidos no sólo aquí, sino de importación también, el agravante va desde la alteración de fórmulas, hasta la falsificación de material de envase o empaque; etiquetas y leyendas, números o claves de identificación, etcétera.
Entre los medicamentos más falsificados, están los antibióticos con el 28 por ciento; los antihistamínicos con el 17; y los destinados a la cura del SIDA, la tuberculosis y la malaria. Tan sólo en estados como Baja California, Jalisco, Michoacán y Yucatán se han decomisado más de 100 toneladas de medicina ilegal. Más la que sigue circulando entre farmacias y changarros de todo el país. Tanto los “medicamentos” que se producen aquí, más los que nos invaden desde el mercado negro del exterior.
26/mayo/2009.
miércoles, 23 de diciembre de 2009
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