Coletazos. Fue durante el sexenio del Presidente Vicente Fox Quesada, cuando Joaquín El Chapo Guzmán Loera, principal líder del cartel de Sinaloa, se escabulló del Centro Federal de Readaptación Social número dos, mejor conocido como Puente Grande (hasta “Puerta Grande”), en Guadalajara, Jalisco.
Los delitos por los que se le acusó, detuvo y encerró, fueron: delincuencia organizada, asociación delictuosa contra la salud, lavado de dinero, violación a la Ley Federal de Armas de Fuego y explosivos, entre otros.
Pero durante el proceso judicial que se le siguió a El Chapo, la autoridad lo deslindó de cuantas acusaciones se pudo, menos de delitos contra la salud. De nada sirvió porque se dio a la fuga, y sigue en el anonimato, aunque pudiera tener, efectivamente, un “domicilio conocido” en algún lugar del país.
Cuando El Chapo estuvo encerrado, se dijeron muchas cosas sobre sus privilegios, como otros tantos narcotraficantes que compran comodidades al interior de los penales. Entre sus debilidades, por ejemplo, que le va al Atlas y salía de penal cada que jugaba su equipo, y que dentro de penal tenía su séquito especial de mujeres. Además, que su alias El Chapo significa “chaparro”, porque es corto de estatura.
Durante mucho tiempo casi no se habla de él, salvo cuando se menciona entre los narcotraficantes más buscados.
Pero El Chapo se volvió a poner de moda en los medios de comunicación, desde que la revista neoyorquina Forbes lo mencionó en su plataforma de nuevos ricos a mediados de marzo pasado, con una fortuna millonaria, o de mil millones de dólares. Una exaltación para las actividades delictivas, de uno de los barones de la droga más perseguidos y “buscados” en México y los Estados Unidos por el FBI y la Interpol.
Las reacciones de indignación desde el gobierno mexicano no se hicieron esperar, en contra dicha revista por la inclusión de El Chapo entre los hombres más acaudalados del mundo. Sobre todo por los procedimientos ilícitos por los que habría logrado acumular tal riqueza.
Pero fueron las declaraciones del Arzobispo de la Arquidiócesis de Durango, Héctor González Martínez, lo que dio al traste con la aparente inmovilidad de El Chapo, porque comenzó a actuar como él lo sabe hacer. El narcomensaje encontrado en uno de los dos militares asesinados y con señas de tortura hace dos días entre los municipios de Tepehuanes y Guanaceví, en Durango —al sur de Parral y al norte de Santiago Papasquiaro—, es revelador: “Con El Chapo nunca van a poder”.
El caso es el peligro que corre ahora el arzobispo, que reveló la ubicación donde vive el multimillonario narcotraficante: “adelante de Guanaceví”, refirió. Todo el mundo lo sabe, remató. Y luego, ya en la ciudad de México, no quiso hablar a donde acudió a una reunión de obispos. Con la prensa sólo expresó: “estoy sordo y mudo”. E igual dijo escuetamente: “no temo por mi vida”.
Pero desde que ocurrió el asesinato “por equivocación” –como producto de una “confusión”, tesis de la PGR, luego que se le vino abajo la de “fuego cruzado”—, del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, en el aeropuerto de Guadalajara, donde se inculpó a pistoleros del cartel de Sinaloa al mando de El Chapo, cualquier señalamiento de su ubicación es peligroso. No obstante la valentía del sacerdote por al hablar del tema, lo cierto es que sin esperar la denuncia formal, como se le pide al sacerdote, las autoridades deberán buscar cualquier indicio de localizar al narcotraficante.
Entretanto, llama la atención el narcomensaje de “nunca van a poder”, porque se asocia con la posible implicación de autoridades en su posible protección, como se sospecha que ha ocurrido desde que se le “escapó” a Vicente Fox y desde entonces no se le ha “encontrado”.
24/abril/2009.
lunes, 21 de diciembre de 2009
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