jueves, 24 de diciembre de 2009

Salinas, más que pernicioso

En pleno revuelo y agitando las aguas, Carlos Salinas de Gortari no pasa desapercibido. Lo haría si no fuera porque anda en plena campaña proselitista.
Ya se apuntó, y no de ahora sino de tiempo atrás, con candidato y todo para el 2012. Sólo que hoy se siente seguro porque el viejo PRI ha resurgido del olvido con la elección del 5 de julio. Y su candidato, Enrique Peña Nieto, el gobernador del Estado de México, está más puesto que nunca.
Por eso, no pierde oportunidad de reunirse con cuanto priista puede. Y el pasado fin de semana, por ejemplo, apareció en Oaxaca. Ahí dijo que andaba “de visita” en Monte Albán, “para compartir con la familia el orgullo que todos los mexicanos tenemos por esta entrañable tierra”.
Pero tuvo “reuniones privadas”, con el gobernador Ulises Ruiz Ortiz, con el dirigente del PRI estatal y con los 11 diputados federales electos. Reuniones privadas que tienen efectos públicos. De esa reunión, no obstante, el propio Salinas dijo que no les “tiró” línea, porque sólo compartió algunas reflexiones y algunas recomendaciones. Entre ellas, “que actúen con mucha inteligencia y busquen puntos de confluencia con todas las corrientes políticas”. Pero eso es, precisamente, tirar línea.
De inmediato se dirigieron sendos señalamientos los “innombrables”. Porque coincidieron en el estado oaxaqueño Salinas y Andrés Manuel López Obrador. Obrador acusó que Salinas anda en campaña a favor de Peña Nieto. Pero también él reviró su contrapropuesta: será el candidato presidencial del 2012. Obrador se autodestapó. “Y volveremos a ganar”, lo dijo con seguridad increíble.
La única diferencia es que Obrador se reúne en las comunidades con la gente del olvidado campo oaxaqueño, y Salinas con el gobernador y los priistas en activo. El uno hace política de pueblo, el otro de “altura”. Esas son diferencias que los separan. Porque, además, ambos representan dos proyectos de país diferenciados.
El proyecto de país de Salinas —de la familia Salinas, el padre y los hermanos—, fue un proyecto que trastocó toda la vida económica, política y social. El proyecto de Obrador no tiene parangón, porque está sólo en el papel. Y cuando estuvo en el gobierno del DF apenas si descubrió el cobre, porque no se contrapuso —siguiera, como lo prometió— a los poderes fácticos como dijo. Al igual que Cuauhtémoc Cárdenas, también El Peje utilizó la gubernatura del DF como plataforma de lanzamiento para la candidatura presidencial. Así que, del dicho al hecho, tampoco no hay credibilidad.
El sexenio de Salinas casi destruye la institucionalidad, desde la institución presidencial. Desestructuró al propio Estado. Del Estado benefactor pasó al Estado liberal. De Estado propietario administrador, a Estado perdedor y sin controles. De un Estado promotor de la economía, a un Estado espectador de la actividad privada. De un Estado regulado, a un Estado desregulado y con bemoles.
De un Estado con mercado cerrado, a otro promotor de un mercado libre. Se impulsó el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, y con ello la promesa de llevar al país pronto al Primer Mundo. Como López Portillo en su momento que prometió riqueza porque México era el cuerno de la abundancia, Salinas hizo lo propio.
La privatización de las empresas paraestatales dejó el negocio —a precios de remate, verdadera subasta— que antes estaba en manos del gobierno a los amigos, muchos de ellos “prestanombres”. Cuantiosos beneficios fueron a parar a las cuentas propias de bancos extranjeros. El tema del robo de la partida secreta, que no hace mucho describió Luis Téllez, es de lo menos, porque los hermanos Salinas enriquecieron como pocos. Desde entonces se dice que Salinas es muy poderoso económicamente.
Pero no se le investiga porque hasta ahora la Constitución permite la impunidad. La institución presidencial sigue siendo omnímoda. Es el presidencialismo autoritario que se practica con muchas de las reglas no escritas del sistema político mexicano. Al menos el presidente en turno acumula tanto poder que el sucesor no se atreve a sentar en la silla de los acusados al antecesor. El contubernio, la corrupción y la impunidad siguen siendo correa de transmisión del presidencialismo y del sistema político. Con la alternancia de PRI al PAN los cambios son cosméticos.
Así, a Salinas no se le ha investigado por casi ninguno de los escándalos que trastocaron al sistema político. Los asesinatos de Luis Donaldo Colosio, José Francisco Ruiz Massieu, el cardenal Juan Jesús Posadas. Nada. Hechos que motivaron la desestabilización política y casi la ruptura del sistema, pasaron al olvido. A Salinas no se le acusó legalmente por ninguna de las tropelías que cometió. Tampoco por orillar a millones de mexicanos a la pobreza. El Pronasol fue una tomadura de pelo. Pero el pueblo lo juzgó siempre como el causante de todos esos males.
Al parecer ahora nada de eso importa. El poderoso Salinas armó una trama de incondicionales durante y después, tal que ahora son esos los que le siguen el juego. En su mayoría priistas. No miden el grado pernicioso de su actuación. Mientras tanto él, aprovechando el empuje del PRI, ya trabaja rumbo al 2012 por su candidato.
Y Peña Nieto es el “bueno” para Salinas; tanto como el de Televisa. Depende de los priistas zafarse de su influencia. Porque la importancia no la tiene él, después de tanto desgaste político; aún con sus millones. Se la dan los que se reúnen con él y aceptan la “línea”. Pero allá el PRI. Porque en política alguien carga con el desgaste siempre.

4/agosto/2009.

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